viernes, 29 de julio de 2016
NEQUEPIO. TIERRA EXTRAÑA
NEQUEPIO.
Originalmente Cuzcatlán se llamó Nequepio, dado por tribus Olmeca y Quiché que habitaban la región antes de las masivas emigraciones del norte a Mesoamérica. Los Pipiles rebautizaron la región como Cuzcatlán debido a la asombrosa fertilidad de las tierras de Nequepio.
El origen de la población indígena de El Salvador es indistinguible. El historiador salvadoreño Santiago Ignacio Barberena dice que en la etapa precolombina había una pluralidad que reunía Amerindas (indios americanos) o autóctonos de la región, Maya-Quiché (descendientes directos de los Olmecas), Nahoas con sus descendientes directos los Toltecas o Yaquis, y los Aztecas; de estos dos últimos ascendía directamente la tribu dominante del señorío cuzcatleco: Los Pipiles....
Después de haber leído varios libros sobre la historia de nuestros ancestros pipiles, yo llegué a la conclusión que los salvadoreños somos más ancestralmente cercanos a los Aztecas que a los Mayas o Lencas vecinos.
Historiadores concuerdan que el pueblo Pipil que hallaron los españoles en Cuzcatlán eran descendientes de tribus nahuas asentadas en el valle central de México y que emigraron a Centroamérica en los siglos VII y VIII de nuestra era.
Ignacio Barberena, Miguel Armas Molina, Antonio de Herrera, Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán, y otros historiadores, apoyan el parentesco Azteca de los Pipiles basado en estudios étnicos y culturales como lengua, religión, calendario, costumbres…
Pero los pipiles también se diluyeron con las tribus que hallaron en la región centroamericana que ocuparon, además que recibieron un refuerzo cultural con la llegada de los Toltecas en los siglos X y XI d.C. de aquí proviene la leyenda de Topiltzín Co Acatl, destronado rey sacerdote de Tula, quien fue obligado a emigrar por el año 999 d. C., a la región de Tlapallán.
Lo anterior nos hace a los salvadoreños más ancestralmente hermanos con el pueblo de México que con Honduras que es más Maya y Lenca. Y para retocar este hecho histórico desapercibido por los escritores salvadoreños sobre nuestra historia..., traigo lo escrito por el antropólogo gringo John Alden Mason quien propone una clasificación Pipil en su libro “Idiomas Indígenas y su Estudio”.
Tronco: Macro-penutiano
Rama: Azteco-taneano
Grupo: Utaztecano
Familia: Aztecoide
Subfamilia: Nahuatlán
Lengua: Náhuatl
Variedad: Tolteca-Chichimeca
Dialecto: Pipil
La población que encontraron los conquistadores españoles ya no era autóctona original del país cuzcatleco, sino producto de estas tribus migratorias de más avanzada cultura. Se especula que todas ellas descendían de un tronco común. Y como había variedad, se hablaban varias lenguas, entre ellas hay seis principales para la época de la conquista: Pupuluca, Pipil, Pokomán, Chontal, Patón, y Taulepalua. En muchas de ellas, el náhuatl era la rama común, como el indoeuropeo es a la mayoría de lenguas del mundo.
Los Pipiles, antepasados de todos los salvadoreños, hablaban el nahoa o náhuatl ligeramente diferente del náhuatl que hablaban sus antepasado Aztecas en la inmensa Tenochtitlán. Pero había otras lenguas y razas tanto Maya-Quiché, como Lencas esparcido en lo que hoy comprende el actual territorio salvadoreño. Estaban los Chontales en San miguel, como los Lencas en Morazán, los Chortíes en Tejutla, los Sinca en Izalco y los Pokomanes de Chalchuapa.
Los Pipiles eran principalmente agricultores, pero también guerreros. Su territorio abarcaba de este a oeste el Río Paz, y el Río Lempa, de norte a sur desde parte de Chalatenango hasta el océano pacífico. Trabajaban la arcilla y eran buenos alfareros pero sus conocimientos de la metalurgia eran rudimentarios, el único oro que poseían era el recogido de los ríos; además, es sabido que el oro siempre ha sido escaso en Cuzcatlán; sin embargo, sabían fundir el cobre sin usar hornos, y su bronce era bastante resistente. Poseían su propio calendario y sistema de numeración, pero solo conocían rudimentos de las ciencias astronómicas y adolecían de conocimientos artísticos como la pintura, y las artes. Para concluir, se sabe muy poco de sus instituciones políticas, civiles y militares.
Señorío de Cuzcatlán: La Tierra Pipil.
DR. PEDRO ESCALANTE ARCE.
Son temas históricos del período monárquico español en la historia salvadoreña. Varios han sido comentados por la historiografía, sin embargo aquí están con nuevos aportes de investigación; otros por primera vez se presentan en una sola publicación, como es el de la piratería del golfo de Pedro de Alvarado y su relación con el actual El Salvador, y el viaje de Hernando de Soto desde León de Nicaragua hasta Cuzcatlán–Nequepio.
El mismo nombre Nequepio suscita alguna extrañeza para quienes han visto
el título de la obra. No se trata más que del nombre con que se conocía la
parte de Cuzcatlán desde el sur centroamericano, desde Panamá y Nicaragua.
Hay varias descripciones geográficas que hacen coincidir ese nombre con el
Cuzcatlán nahua-pipil, además del uso común que se hizo de él en León de
Nicaragua. Se le ha dado la explicación etimológica de “tierra extraña”.
El descubrimiento de las costas del actual El Salvador, por la expedición de
Andrés Niño y Gil González Dávila en 1522-1523, había sido reseñada muy
superficialmente, sin un estudio pormenorizado de su integración, circunstancias
y alcances geográficos. Sin embargo, su interés está más allá de las usuales
breves menciones, con mucha documentación que refleja los preparativos, la
integración y los resultados contradichos por algunos contemporáneos, incluso por
el cronista que más se refirió a esta navegación, considerada un viaje menor dentro
de los de descubrimiento, como es Gonzalo Fernández de Oviedo.
Crónicas de Cuzcatlán-Nequepio y del Mar del Sur
Editorial Lis, San Salvador, 2011; 314 páginas
Autor: Pedro Antonio Escalante Arce
Crónicas de Cuzcatlán-Nequepio y del Mar del Sur pp. 112-116
Escalante Arce, P.A.
Kóot ISSN 2307-3942 Año 2, Octubre de 2012, Nº. 3
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El viaje de Andrés Niño involucra la presencia trascendente del controvertido
Pedrarias Dávila, que quiso entorpecer la expedición de Niño y González
Dávila por una no disimulada envidia por las capitulaciones que habían firmado
con la Corona. Pedrarias Dávila, primero gobernador de Panamá y luego
de Nicaragua, por otro lado, con los ímpetus dirigidos hacia el norte del istmo,
siempre pretendió hacer valer los derechos que creía tener sobre la región
salvadoreña translempina oriental y aun sobre la margen derecha occidental,
cislempina, del río. Sobre este tema hay incidentes que tal vez pueden
considerarse para Pedrarias como generador de derechos de conquista y de
jurisdicción geográfica sobre el presente El Salvador, aun en una época de
desconocimiento en cuanto a la verdadera conformación de estas tierras. Tal
es el acuerdo que Pedrarias, ya gobernador de Nicaragua, formalizó con el
gobernador de Honduras, Diego López de Salcedo, en enero de 1529, cuyo
resultado inmediato fue la invasión del oriente, hoy salvadoreño, entonces
llamado genéricamente Popocatépet “cerro que humea” por lo españoles de
Nicaragua, y su llegada, a finales de ese año, de la tropa al mando de Martín
Estete, hasta la recién establecida villa de San Salvador, en 1528, sobre la cual
también reclamaba derechos.
Estos aducidos derechos sobre San Salvador en Ciudad Vieja tienen un antecedente
hasta ahora prácticamente ignorado en la historia colonial salvadoreña.
Se trata de la llegada de Hernando de Soto a la “gran ciudad de Nequepio”,
o sea, la población de Cuzcatlán, a finales de 1524, o en los primeros días
de 1525, lo que está plasmado en la carta de Pedrarias Dávila a Carlos V de
mayo de 1525, desde Panamá. Nunca se le dio interés por los historiadores
nacionales porque erróneamente situaron Nequepio como otro nombre de la
Choluteca hondureña. La llegada de Hernando de Soto a la población de Cuzcatlán
es la explicación de la fundación apresurada del primer San Salvador
a principios de 1525, con solamente un ayuntamiento compuesto por la tropa
enviada, un cabildo organizado en el real, en el campamento, sin ninguna
pretensión inmediata de poblamiento ni urbanismo, porque lo indispensable
era marcar jurisdicción de conquista para Pedro de Alvarado, ante la ya manifiesta
avanzada por el sur en nombre de Dávila.
El libro también refiere la prisa por establecer la villa de San Miguel de la
Frontera en el Popocatépet oriental, en 1530, para señalar demarcación próxima
con Nicaragua; de ahí su indicación fronteriza. Una población primero asentada
en las cercanías del indígena Usulután, y a corta distancia de la bahía del
Espíritu Santo, o Jiquilisco, donde Alvarado usará, más adelante, el astillero
Crónicas de Cuzcatlán-Nequepio y del Mar del Sur Escalante Arce, P.A. Kóot ISSN 2307-3942 Año 2, Octubre de 2012, Nº. 3
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de Xiriualtique. Una aportación de las Crónicas son los datos sobre el comercio
esclavista desatado después de la refundación de San Miguel, en 1535, con
barcos que llegaban a cargar indígenas al golfo de Fonseca para llevarlos
como esclavos al sur.
Capítulo especial merece, en el libro, el frustrado viaje de Alvarado a las
islas Molucas, expedición que partió de Acajutla a principios de septiembre
de 1540 y terminó en México, por los arreglos con el virrey Antonio de Mendoza
de organizar nuevos destinos. Uno de ellas sería, ya muerto Alvarado
en julio de 1541, la de Juan Rodríguez Cabrillo, enviada por Mendoza, que
descubrió la Alta California a finales de 1542, donde se emplearon barcos de
Alvarado, al igual como se habrá utilizado más de alguno proveniente de la
armada de Acajutla en el descubrimiento de las islas Filipinas por Ruy López
de Villalobos.
El Fonseca ocupa una parte principal y protagónica en el libro, junto con
otros varios temas náuticos, con un ambiente oceánico que le confiere a las
Crónicas un carácter particular, centrado en el Mar del Sur y las navegaciones.
Y por primera vez un libro de historia relata ampliamente el surgimiento
de la Amapala histórica, la que se encontraba en la parte hoy salvadoreña,
muy distinta de la Amapala hondureña, o sea el puerto en la isla del Tigre
organizado a mediados del siglo XIX por el italiano, residente en San Miguel,
Carlos Dárdano, por cuenta del gobierno de Tegucigalpa, quien llevó el nombre
Amapala hasta la parte insular de Honduras. Amapala era en la Alcaldía
Mayor de San Salvador, un asentamiento precolombino que se convirtió en
lugar de embarque utilizado para dirigirse hacia Nicaragua, un uso que ya
habrá tenido en la época precolombina. Quien le dio carta de ciudadanía a
Amapala fue Pedro de Alvarado, al organizar allí su flota para la expedición
hacia el Perú, reconcentrada frente a la caleta del sitio en el año 1533. Desde
Amapala salían españoles con indígenas auxiliares a combatir indígenas rebeldes
que se hacían fuertes en peñoles y amenazaban a la débil y novata
villa de San Miguel, establecida en las proximidades del pueblo indígena de
Usulután.
En 1590 se creó la guardianía franciscana
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